En una nave espacial, regresando de un planeta aparentemente extinto, John Hurt sufre convulsiones, pierde el conocimiento y de su torso emana un bicharraco jamás conocido por la especie humana. Uno por uno, destruye a los miembros de la tripulación y sólo queda Ellen Ripley (Sigourney Weaver) narrando la odisea para quienes reciban los restos en la Tierra.
Sucedió en Alien de 1979 y –por más que han intentado a través de las décadas– no se ha logrado espanto similar, con alaridos y desmayos en las salas de cine. Ridley Scott derivó hacia notables espectáculos, con memorables escalofríos en Blade Runner, pero ni él ni nadie ha vuelto a tocar el trigémino escalofriante de aquella bestezuela que surgió de John Hurt. Con la frase que le atribuyen a viudos inconsolables, “como aquella, ninguna”.
La claustrofobia favorece a Scott en Prometheus, nombre de una astronave exploradora hacia un lejanísimo planeta descrito en prehistóricos dibujos cavernícolas. La tripulación incluye al afable capitán Janek (Idrid Elba); el prepotente Weyland (Guy Pearce), que asume el gasto corporativo de la excursión; su encumbrada asistente es Vickers (Charlize Theron); los científicos Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y su prometido Holloway (Logan Marshall-Green), sin olvidar al androide David (Michael Fassbender), obsequioso y sospechoso a partes iguales).
Desde Alien, ya se sabe cuán peligroso es confiar es engañosas estructuras corporales que quizás esconden monstruos de otra especie y Prometheus no defrauda. Tras una primera hora de presagios infecciosos, Ridley Scott comanda los efectos especiales para asustar con el mejor empleo de la tercera dimensión desde Avatar.
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